domingo, 23 de enero de 2011

Porque dejé el alcohol y abracé la religión

Para nadie es un misterio que la naturaleza humana está dominada por ciertos aspectos que escapan a lo racional, o sea, que eluden al control de lo que se percibe racionalmente. Si un día te acercas a una dama y su aroma te idiotiza, culpa al hipotálamo, porque es la red endocrina llevando señales químicas a cada célula del cuerpo, y principalmente a tu cerebro, para que reacciones frente a tal estímulo. Literalmente, perder la cabeza por una mujer.

Beber no es la excepción. El alcohol actúa como depresivo, reduciendo las actividades neuronales, provocando que la percepción de las cosas cambie. Quizás la chica atractiva del fin de semana pasado dista mucho de la belleza que asumiste; o bien, la disminución de estrés en tu cuerpo permite que te alborotes más, caso contrario a cuando estas tenso por intentar cumplir con las normas y restricciones habituales.

Pero, ¿por qué bebemos? Será porque beber está condicionado en el diario vivir como un modo de socialización, siendo el alcohol el medio, tarea o excusa para el intercambio comunicacional entre participantes. Una vez desarrollada la dinámica, se vuelve un modos de operar, una especie de acondicionamiento voluntario, que adecuadamente llevado - sin caer en excesos propios de cada organismo - trae cierta dosis de placer, y desde ese momento ya no se puede vivir sin la copa de por medio para animar. En definitiva, no importa si es amarga la cosa, el cuerpo se acostumbra, y llegado su momento, exige su cosumo.

Todo lo expuesto es muy placentero hasta el momento, pero los problemas surgen cuando los excesos hacen perder el control. Las acciones contraídas en estado de ebriedad distan de toda probidad porque están en ausencia de control. En la mayoría de los casos, muere la decisión y gobierna la emoción.

En una sociedad controlada, el exceso es castigado con la recriminación, ya sea de un modo social (distanciamientos) o de modo legal. No importa como sea el caso, existe un castigo recriminatorio.

Y en las mismas fauces del aberno, espera el colicuerno que tu mal vicio atente contra ti. Sagrados votos aquellos que resisten a la tentación, de una copa ligera alivie tu tensión. Vacía tu botella, y levanta tu mirada, que sin alcochol tu carga es más ligera

Aquí surge un punto disuasor. El templo del control moral, que regula en gran medida cualquier descontrol. La religión.

Establezcamos lo siguiente, la religión también actúa cambiando la percepción de la realidad. Sin embargo, surge desde la misma mente, y cambia preceptos propios del ser (de su parte más existencial) para provocar en el individuo satisfacción, o consuelo, sobre lo que representa la carrera de la vida. La diferencia sustancial, es que la religión no desinhibe como el alcohol, al contrario crea cientos de norma para evitar las consecuencias de perder el control. Es un cambio interno a largo plazo, en vez de uno externo de corta duración

Y si aquello no suena muy bien para quienes aman el desenfreno, no cabe duda que creer en algo, pertenecer a una comunidad que cree en lo mismo, genera una cierta dosis de pertenencia y aceptación social tan estimulante como los efectos presentados por la acción del alcohol. Ambos elementos embriagan a su modo.

En esa posición, si algo placentero, mal controlado puede llevar a desastres, como sucede con el alcohol; la extrema religión, igual. Razón suficiente para evaluar las condiciones que llevan a tales extremos.

Los preceptos sociales y las carencia de elementos que con se viven, se rellenan con elementos externos que de algún modo satisfacen, dando la tranquilidad momentánea y el consuelo asociado. Evaluando las acciones, beber acompañado es casi tan estimulante que rezar en comunidad. En ambos hay sintonía, donde el elemento nexo es o el alcohol, o una creencia embriagante. Del mismo modo, beber y/o rezar en privacidad, representa un estado de meditación en el que se consigue satisfacción. Y ambos llevados a extremos, suelen ser tan nocivos en partes iguales.

Así que más allá de establecer una comparación entre términos tan radicalmente opuestos como beber y religión, la comparación es a la acción misma en las que ambas se involucran en el individuo. Embriagarse con una idea, o con un elemento, provoca alteraciones a la forma de vivir, que se difieren en las consecuencias.

Por lo tanto, si de embriagarse se trata, prefiero afirmar que dejé el alcohol para abrazar la religión, y de ese modo, evite que la bomba cayera.

Publicion en shunegg.blogspot.com
21 de Enero 2011.

2 comentarios:

ga.frosas dijo...

Y ni una publicación dedicada al tabaquismo?

Neuromancer dijo...

Comparto varias de las ideas que expresaste. Interesante artículo.